Sí, afable lector o lectora, no has leído mal: he escrito "Avalado sea el Dios del Amor" y no "Alabado sea el Dios del Amor". En las líneas que siguen, haré una interpretación de ambas sentencias; explicaré (espero que con cierta amenidad) porqué hoy trato de regir mi Vida a través de la sabiduría implícita en la primera frase… ¡y cuáles son las antiguas creencias limitantes que solemos percibir en la segunda!
Luis Alberto Spinetta y su legado
Soy un apasionado admirador de la obra del cantautor argentino Luis Alberto Spinetta –denominado por algunos "el capitán de los místicos del rock". No es un músico de masas: sus temas –signados por la experimentación estética- rebosan de mestiza espiritualidad y una muy singular visión del Universo. Conocí su música hace veinte años, cuando cursaba estudios de periodismo en la Universidad Central de Venezuela: allí, amigos argentinos y chilenos me revelaron su inefable magia poética. A mi modesto entender, se trata del mejor letrista que haya dado el rock hispanoamericano.
Gracias a esa "Biblioteca de Alejandría" que es "Youtube", he podido contemplar videos de Spinetta que jamás hubiera imaginado que existían. Hace poco, vi un concierto que el "Flaco" –así le llaman sus paisanos argentinos- ofreció durante 1984 en el programa que solía conducir el presentador Juan Alberto Badia ("Badia & Compañía"). En tal emisión, justo antes de interpretar uno de sus temas clásicos ("El Anillo del Capitán Beto"), el "Flaco" –con las manos en alto y una sonrisa socarrona en los labios- profiere uno de sus geniales aforismos: "¡Avalado sea Dios!".
La frase me dejó pensando: contiene, como todo lo de Spinetta, un ameno misterio y un guiño de picardía. Anteayer, el colega y compadre Francisco Machalskys –quien suele corregir mis textos- me preguntó: "Carmelo, ¿por qué no le haces un homenaje a Spinetta y escribes algo sobre él?". Una cosa se conectó con la otra: de pronto, como un coco que cae limpiamente de lo alto de una palmera, me llegó esta interpretación de la frase "¡Avalado sea Dios!".
Orar no es igual a una hueca alabanza
El Diccionario de la Real Academia Española define el verbo alabar como "elogiar, celebrar con palabras". Cuando oramos al Dios de Amor que late dentro de nosotros mismos, ¿lo hacemos con el mero propósito de elogiarlo? Para que el Uno reforme y modele nuestra Vida, ¿precisa que le adulemos con empalagosas palabras, como si nos dirigiésemos a un vanidoso personaje sediento de lisonjas?
¿Actuará el Ser Superior de forma más rápida y eficiente si en nuestras plegarias halagamos Su ego con títulos altisonantes? ¿Necesita en verdad el Padre-Madre que le recordemos su grandeza, infinito poder y pleno señorío sobre el Cosmos (cosas de las que Él/Ella ya está sobradamente consciente)? O como decimos en mi país, Venezuela: ¿es preciso "jalarle mecate" a la Deidad para que nos oiga y conceda expeditiva respuesta?
La maestra espiritual Mary Baker Eddy asevera de manera tajante: "Dios no es movido por el aliento de alabanza para que haga más de lo que ya ha hecho, ni puede el infinito hacer menos que otorgar todo lo bueno ya que Él es sabiduría y Amor inmutables (…) Dios es Amor. ¿Podemos pedirle que sea más? Dios es inteligencia. ¿Podemos informar a la Mente infinita de algo que no comprenda ya? ¿Esperamos cambiar la perfección? ¿Pediremos más al manantial abierto, que ya está vertiendo más de lo que nosotros mismos aceptamos? (…) Pedir a Dios que sea Dios es vana repetición. Dios es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos; y Aquel que es inmutablemente justo hará lo justo, sin que haya que recordarle lo que es de Su incumbencia".
En lugar de alabar con verbosos rezos al Infinito, esta sabia docente del Alma afirma que la oración que sana al enfermo y reforma nuestra existencia "es una fe absoluta en que todas las cosas son posibles para Dios –una comprensión espiritual de Él, un Amor desinteresado (…) Pero comprender a Dios es obra de la eternidad y exige absoluta consagración de pensamientos, energías y deseos (...) ¡Cuán huecos son nuestros conceptos de la Deidad! Teóricamente admitimos que Dios es bueno, omnipotente, omnipresente e infinito, y luego (con nuestras vacías plegarias) tratamos de informar a la Mente Divina (de vanas cosas que ya sabe)".
Hay tres aspectos que me parecen sustantivos en la explicación de la maestra Baker Eddy:
- Orar no es alabanza sensiblera y hueca.
- Orar es una fe absoluta en el Poder del Uno –es decir, una confianza incondicional en Su capacidad de respuesta.
- Orar es una comprensión espiritual de Dios: para alcanzarla, necesitamos entregarle al Poder del Amor todos (¡todos!) nuestros pensamientos, energías y deseos –de tal forma que sean modelados a Su imagen y semejanza.
¡Exacto! Orar no es alabar timorata y zalameramente al Uno –sino confiar de modo absoluto en Él/Ella y comprender Su naturaleza más íntima: el Amor.
En el sistema de pensamiento del miedo, Dios se nos presenta como una entidad altamente temible: es una colérica figura de Poder, muy semejante a los cabecillas políticos que lideran las naciones del orbe o a los caciques corporativos que dirigen las empresas en que trabajamos; en diversos libros sagrados, observamos a hombres y mujeres ofreciendo sacrificios de sangre, con el fin de apaciguar la furia de esta Deidad irascible, genocida –incapaz de sentir remordimiento o piedad cuando condena a sus creaciones a eternidades de fuego, tortura y dolor.
Es claro que si creemos en un Dios semejante –criminalmente opuesto al Amor- nuestras plegarias tomarán enfermiza forma de súplica, de ablandada loa, de patética adulancia. Es de lo más normal: ¡la mayoría de nosotros se postraría frente a su victimario (mucho más si es omnisciente, todopoderoso) y le pediría clemencia con quebrada voz de pánico!
Por ello, algunas personas se espantan cuando les hablamos del estado de oración: lo asocian, desde su niñez, al acto de humillarse, culparse (¡por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa!), arrodillarse y sojuzgarse a una Deidad opresora, que machaca maquinalmente a quienes no la adulan.
Orar es el estado de plena comunicación con nuestro Creador. ¿Podemos comunicarnos de corazón a corazón con alguien que nos aterra y nos hace sentirnos muy inferiores a Él –alguien incapaz de sentirse igualado en la Paz de la Unidad? ¿Podemos abrirle nuestra alma al verdugo que –hacha en mano- amenaza con cercenar nuestras cabezas en cualquier instante, al más mínimo traspié?
La respuesta es obvia: en semejante estado emocional es imposible la comunicación con el Yo Superior –vale decir, es imposible experimentar el estado de oración. Porque la oración es irrealizable cuando sentimos miedo: sólo puede vivenciarse desde la confianza y la comprensión de que somos Uno con nuestro Padre-Madre –jamás inferiores a su sagrado linaje de Amor incondicional.
En el miedo, rezamos como mendigos, como pordioseros espirituales; oramos como reos confesos, como falaces delincuentes del Alma; vivimos en un estado de indigencia mística que empobrece cada área de nuestra existencia. Somos incapaces de experimentar intimidad con nuestro Padre-Madre porque lo percibimos como potencial filicida ("asesino de sus propios Hijos") y no como el amoroso Uno que Es.
Esas supuestas plegarias en las que clamamos "piedad" al Creador, en las que nos arrepentimos de "pecados originales" más antiguos que el Big Bang, en las que nos mortificamos con interminables sagas de "culpas", sólo son delirantes balbuceos repetidos por nuestros egos, a fin de atenuar el miedo que les produce esa falsa percepción de Dios cocinada en el fogón de las más caóticas neurosis. El verdadero Dios carece de ego (de hecho, es la ausencia absoluta de ego) y, por ende, no necesita ser lisonjeado ni apaciguado (Él es –en sí mismo- la Paz eterna).
Entonces, más que alabar a la Deidad, debemos avalar con nuestra confianza Su vasto Poder… ¡darle puerta franca para que Su Amor puro e incondicional actúe en nuestros corazones y transforme radicalmente cada aspecto de nuestra Vida!
Avala el poder de Dios y reconoce tu verdadera identidad
Por avalar entendemos "responder por la conducta de otro"; con frecuencia leemos que determinado medicamento está avalado por la Sociedad Médica de nuestro país; compramos bonos del tesoro que están avalados (garantizados) por nuestra República; avalamos –frente a terceros- el trabajo de un colega y lo recomendamos por su capacidad y responsabilidad; es decir, cuando avalamos algo o a alguien lo hacemos en función de la confianza que nos merece su calidad o su proceder.
¿Cómo podemos avalar el comportamiento de un Dios al que –desde el miedo- percibimos como iracundo y asesino? ¿Dejarías tú, querido lector o lectora, tus asuntos personales, tus preocupaciones más profundas, tus querencias y tus propiedades en manos de semejante entidad? ¿Confiarías tus sueños, tus más íntimos secretos, tu salud o el cuidado de tus hijos e hijas a ese Ser atroz?
¿Verdad que no?
¿Podemos sentir –además- que semejante sujeto pueda ser nuestro Padre-Madre celeste?
¡Por supuesto que no!
Es aquí donde tenemos que efectuar un profundo trabajo de sanación mental, emocional y espiritual, a fin de trascender las creencias limitantes relativas al Dios que la sociedad –a través de sus instituciones y familias- nos pintó desde pequeñines.
Dios sólo se nos revela a través del Amor: más allá, no busquemos. Como dijo alguna vez San Anselmo, "a Dios no se le puede pensar" –a Dios, a lo sumo, se le puede sentir; Dios no es una persona, personalidad o concepto –es una experiencia (una experiencia de Amor y confianza absoluta).
Sólo a través del Amor se nos puede revelar la verdadera paternidad-maternidad del Uno. Sólo así podemos sentirnos Sus Hijos. Y si somos Sus Hijos –y sabemos que Nos ama incondicionalmente- ya no nos dirigiremos a Él/Ella como pordioseros del Espíritu. Le hablaremos de Tú a Tú, de Uno a Uno, de Ser a Ser, de corazón a corazón, con ilimitada intimidad y Paz… ¡cómo un niño o niña que se sienta plácidamente en las piernas de su papi-mami! Y a partir de esta relación de confianza plena, una Vida de inconmensurables bendiciones comienza a manifestarse.
En ese instante presente, dejamos de percibir al Loco Eterno, al Asesino Sinfín, al Perpetrador de Infiernos: comenzaremos a ver –y a sentir los benéficos efectos- de un Padre-Madre que se vuelve fuente de protección, nutridor (a), proveedor (a), creador (a), maestro (a), líder, amante, sustentador (a), defensor (a), libertador (a), consolador (a), reparador (a) de entuertos, mentor (a), restaurador (a) y modelo de Vida –en perfecta camaradería y Unidad con nosotros; intachable morador del Reino de los Cielos que es cada uno de Sus Hijos (as).
El autor estadounidense Gay Hendricks, en su libro "Cinco Deseos" (cuya lectura recomendamos vivamente), nos habla de esta experiencia mística de sentir a Dios; narra su vivencia en estos términos:
"Sucedió una mañana radiante de primavera en Colorado (EE.UU). Venía de una librería donde había hojeado, entre otros, un libro de frases de Jesús. De regreso a casa, comencé a reflexionar sobre la sorprendente paradoja inherente al cristianismo y otras religiones. Jesús había hablado de Amor y del prójimo, pero sus seguidores habían matado a millones de personas en distintas cruzadas y luchas sectarias".
"Mientras reflexionaba sobre esto, comencé a ver más allá de las palabras y conceptos sobre Jesús y el cristianismo (...) Detrás de todas las palabras y los argumentos debía haber algo esencial, puro y verdadero. Me pregunté cuál era la experiencia que había detrás de todo eso (…) Por mi mente pasó la idea de quizás Jesús se hubiera conectado con una fuente de poder primordial, un nivel de conciencia a disposición de todos. Jesús había hecho alusión a eso con bastante frecuencia, en frases como: Buscad el Reino en el interior de vosotros. Quizá la conciencia del Cristo existía lo mismo que un canal de televisión a la espera de ser sintonizado por cualquiera que decidiera verlo. En ese momento, decidí sintonizarme (…) Acallé mi mente y me dije algo así: Está bien, estoy disponible. Quiero saber".
Sigue Hendricks: "En ese instante sentí una oleada poderosa de energía en todo mi cuerpo, una especie de corriente eléctrica que me llenó de vitalidad. Era una dulce sensación de calor y luz (…) Sentí como si esa dulce energía de luz y calor se centrara en mi corazón y me llené de compasión infinita por toda la humanidad. Era como si el corazón quisiera partirse en dos para dejar salir el Amor y la gratitud hacia todo el mundo. Reconocí que el cielo y la tierra constituían un gran Ser. No había separación entre todos los seres, la naturaleza y yo: todos éramos uno e iguales (…) Recuerdo haber comenzado a girar lentamente en círculos, observando el cielo, los árboles y la gente que veía en la lejanía. Todos éramos uno, conectados por un campo cuántico de Amor y compasión. Todos compartíamos nuestra divinidad".
Concluye este autor norteamericano: "Un pensamiento pasó por mi mente: Entonces, esto es Dios. No es algo que se piensa sino algo que se siente. Dios es impensable. Acepté la noción y decidí concentrarme en sentir a Dios en lugar de pensar en Él. Con el tiempo, durante los últimos treinta años, la sensación de Dios ha pasado de ser una experiencia efímera y momentánea para convertirse en algo que está siempre allí, como telón de fondo de mi Vida cotidiana".
Si queremos experimentar una vivencia de Amor de este calibre, debemos concederle al Padre-Madre nuestro más confiado aval para que nos llene con su poderoso cauce de Poder. Avalemos a ese río de la Vida: concedámosle licencia para que –cual indetenible Amazonas- se lleve todas nuestras miserias psíquicas, escorias emocionales, limitaciones espirituales; para que toda adicción sea disipada, hasta que sólo quede un cristalino caudal de deleite que discurra en cada instante presente de nuestra existencia.
Un solo dique interior mantiene represada esa fuente de energía, salud y bienestar infinitos: nuestra decisión de mantenernos en el miedo. Decidamos ya dejar atrás esa barrera, tal como nos invita el "Flaco" Spinetta en una de sus canciones:
Tú eres la única muralla
Si no te saltas
Nunca darás un solo paso
("La Búsqueda de la Estrella", 1972)
Así que, afable lector o lectora… ¡avalado sea el Dios del Amor!
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