Seis de la tarde: justo antes de salir del trabajo, reviso mi correo electrónico; me conmueve profundamente un e-mail de la amiga A.Z.; me ha escrito desde la ciudad de Murcia, España. Dice ella:
"¿Qué debo hacer para que se haga realidad en mi Vida el Amor de Dios? ¿Cómo vivir en este mundo, con todos sus problemas, en el verdadero Amor a Dios, al prójimo y a uno mismo? Yo quiero, pero no puedo; los problemas de la Vida me apalean continuamente; no me dejan vivir en Paz. Deseo la muerte física para poder encontrarme con Dios; ¡no puedo más!".
En verdad, no sé qué responder; ¿cómo consolar a alguien que está a medio mundo de distancia? ¿Cómo atenuar la pena de una persona que se siente afligida al punto de percibir la muerte física como un alivio? ¿Y quién soy yo para dar consejos cuando también tengo mis propios y muy mundanos problemas?
Preguntas tan conmovedoras como las de A.Z. no puedo responderlas desde el intelecto, con las simples argumentaciones de la mente. Es indispensable que apele al Amor divino para sanar ese corazón herido que clama por ayuda desde un bello puerto mediterráneo –ese corazón que es mi propio corazón proyectado en una dama española, anhelante de sosiego y sanación para su Alma.
Pasan los días; no me llega respuesta alguna; pongo las preguntas de A.Z. en oración.
Tarde o temprano, el Amor responderá.
Justo hoy esplende un fogonazo de inspiración; leo un libro del pastor evangelista (Dr.) Myles Munroe –brillante orador de nacionalidad bahameña. En algún momento, me topo con lo que él llama los "Siete Principios del Propósito"; los enumero.
Siete Principios del Propósito
- Dios es un Dios de propósito
- Dios creó todo con un propósito
- No conocemos todos los propósitos, porque hemos perdido nuestro entendimiento de la intención original de Dios para nosotros.
- Donde se desconoce el propósito, el abuso (físico, afectivo, emocional, espiritual) es inevitable.
- Para poder descubrir el propósito de algo, no le preguntes a la creación: pregúntale al Creador.
- Encontramos nuestro propósito solamente en la mente de nuestro Creador.
- El propósito de Dios es la clave para nuestra plenitud.
Añade este maestro espiritual de las islas Bahamas: "el propósito de algo es lo que determina su naturaleza, su diseño y sus características; la naturaleza de algo es lo que determina su función y necesidades".
Los siete principios me parecen iluminadores; en su libro, Munroe los desarrolla según su elocuente saber cristiano-evangélico.
Yo me permitiré la licencia de ilustrarlos de acuerdo a mi visión ecuménica (espero que el grato doctor Munroe no me demande por ello). En tal sentido, retomo la pregunta que formulaba A.Z.:
"¿Qué debo hacer para que se haga realidad en mi Vida el Amor de Dios?".
Bueno, amiga, lo primero que debes hacer es conocer el sagrado propósito que el Dios que es Todo Amor tiene para ti.
Te prometo que hablaremos largo y tendido de eso en las próximas páginas.
- "Dios es un Dios de propósito"
Dios es un Dios de propósito –Supremo Ser dotado de intención. Una sola intención le impulsa a crearnos: que brillemos a imagen y semejanza de Su naturaleza; Su íntima naturaleza es Amor; Su propósito y naturaleza son una misma cosa: por ende, a imagen y semejanza del Amor modelemos cada instante presente de nuestra Vida –para que Dios se haga realidad en Ella.
No obstante, en cada instante presente podemos elegir ignorar Su propósito (de hecho, tal decisión nos saca del momento presente y nos instala en traumas del pasado o terrores al futuro); en cada momento de Vida, nos está dada la posibilidad de reflejar el Amor o entregarnos a la experiencia demencial del miedo –el opuesto del Amor; el miedo es una manufactura del ego; el ego es una alucinación que experimentamos cuando nos creemos separados del Amor –vale decir, cuando carecemos del único propósito con sentido: ¡amar!; como el miedo es un estado carente de propósito, es imposible que conozcamos a través de él a ese "Dios de intención" cuyo estado natural es el Amor.
- "Dios creó todo con un propósito"
Desde un grano de arena hasta una vasta galaxia, Dios creó todo con una intención: extender el Amor incondicional que Él mismo Es.
Ese propósito se expresa –sin excepción- a través de cada una de Sus creaciones (ninguna es "más especial", "menos especial", "superior" o "inferior" a las otras); tú misma, querida A.Z., eres una muestra de ese Amor infinito. Cuando creemos que nuestra Vida carece de propósito, padecemos el estado de irrealidad llamado miedo: allí ingresamos a una región de sueño y pesadilla en la que nos sentimos separados del Amor; pero esa alucinación es absolutamente reversible… ¡porque el Amor siempre está a un pequeño paso de distancia! –basta despertar para hallarse de nuevo en sus entrañables brazos.
Por ello, afable A.Z., cuando tus alucinaciones y sueños te hagan creer que has fallado en la Vida, ¡es esencial que pidas ayuda! (tal como has hecho conmigo): apóyate sin demora en el sagrado propósito del Amor…
- Desconocemos el propósito de Dios porque hemos olvidado su intención original: extender el Amor que Somos
Platón, el eximio sabio griego, sentenció alguna vez: "No venimos a aprender sino a recordar".
El único propósito cuerdo de nuestra Vida es recordar el Amor que ya Somos. Olvidar que somos el Amor puede prolongar nuestra pesadilla por eones. Hay quienes creen que el sueño llamado muerte les despertará del sueño de vivir en el miedo; no es así: sólo son sueños que se cabalgan unos en otros hasta el infinito… ¡reflejos imaginarios de espejos colocados frente a frente, en un cuarto parcialmente velado por la bruma! Cada reflejo parece ser un sueño de Vida que concluye en un sueño de muerte: ambas pesadillas son falsas. Despertar de ellas sería sencillo si no tuviésemos tanto miedo. Por ello, es indispensable recordar el sagrado propósito del Amor.
- Cuando desconocemos el propósito del Amor, el abuso (físico, afectivo, emocional) es inevitable.
Sumidos en el sistema de pensamiento del miedo, el abuso se vuelve inevitable. El Amor preconiza que todos somos Uno. Por el contrario, el miedo promueve esta ideología: "para conservar la falsa identidad que forjaste en el sueño, es indispensable que te separes del Otro (tu enemigo)". De tal suerte, el abuso es fundamental para crear la ilusión de que el Uno se subdivide en múltiples "otros" o "egos", enzarzados en perpetua guerra para conservar las falsas identidades que forjaron en sus pesadillas.
En tal estado de cosas, la ley imperante –la del miedo y la separación- nos conmina a abusar de prójimos y enemigos; a mortificar nuestras mentes, violentar nuestros afectos, vejar nuestros cuerpos; a exterminar a los seres distintos a nosotros; a asolar los mundos que habitamos; todo con un mismo fin: separarnos en vencedores y vencidos, tiranos y subordinados, cazadores y presas, victimarios y víctimas –estrictamente divididos en roles, clases y castas en donde unos dominan y otros son dominados. Por eso la guerra y el abuso son nociones consubstanciales al ego: porque escinden en pedazos lo que por naturaleza es Uno.
Esas falsas divisiones (llamadas también "personalidades") son vacías porque reniegan de su íntima naturaleza –el Amor; al estar vacías necesitan algo externo a ellas que las llene y dote de una simulada identidad; éste es el origen de todas las adicciones: llenar algo que está vacío (de Amor) para darle (ilusoria) forma. La suma de nuestras adicciones es lo que define esa personalidad con la que salimos a guerrear, perdón, a "vivir" en el "mundo exterior" –concepto profundamente neurótico, porque en plena vivencia del Amor no hay nada exterior al Uno.
Dentro del sueño del ego, la adicción es un mecanismo básico para perpetuar esa sensación de aislamiento que nos separa del resto de los seres; para profundizar esa angustia que nos aliena y aleja de nuestra inherente naturaleza; para atizar esa constante guerra civil que mantenemos con nosotros mismos y nuestros semejantes.
La adicción tiene dos finalidades fundamentales: a) servir como (falso) substituto del Amor; b) atenuar temporalmente el miedo y disimularlo con juguetes que nos mantengan entretenidos en el estado de ilusión y sueño.
Como substituto del Amor, la adicción nos impele a obsesionarnos con cosas externas que –supuestamente- llenarán el vacío interior de nuestros egos. Creada bajo el sistema de pensamiento del miedo, eso que llamamos "personalidad" no pasa de ser una simple suma de adicciones.
Somos adictos al éxito, al fracaso, a ejercer el poder (y a ser triturados por él), a ser sometidos, a discutir, a sufrir, al sexo, a la comida, a ver deportes por T.V., a comprar en malls, a victimizarnos, a victimizar, a tener la razón, a estar enfermos, a humillar y ser humillados, a escuchar música, a adquirir libros, a fumar, a drogarnos, a atesorar objetos, a acumular conocimientos, a reunir estampillas, a coleccionar parejas, a trabajar en exceso, a pensar en exceso… en nuestra enajenación, creemos que tales neurosis y sus juguetes nos proveen una identidad; nada más falso: embotan nuestro entendimiento, oxidan nuestra intuición, saturan nuestros sentidos y nos ocultan el Amor que habita dentro de nosotros.
Cada ego no es más que un vacío incapaz de sostenerse a sí mismo: por ende, necesita atiborrarse de neurosis para llegar a ser "algo" o "alguien"; de esta manera, calma (temporalmente) el miedo cósmico, existencial, que le produce "no ser nada", "perder su identidad", "sentirse vacío" o "morir". El comportamiento habitual de ese "alguien" será abusar (o ser abusado) a fin de llenarse de pesadillas que le hagan sentirse separado del Uno (lo cual, dicho sea de paso, sólo es posible en una pesadilla)… ¡y así conservar esa parcela de páramo a la que llama "personalidad"!
Y desde ese punto de vista, el ego lleva razón; porque cuando comenzamos a recordar lo completos y abundantes que somos en el Amor, de inmediato menguan los abusos… ¡las neurosis y sus respectivos juguetes dejan de ser necesarios! Cuando regresamos al Amor –nuestra única, verdadera identidad- todas esas personalidades, todos esos miedos y adicciones, todas esas máscaras que mostramos al "mundo exterior" sea caen inevitablemente. La misma noción de "mundo exterior" desaparece: cuando recordamos el propósito que el Uno tiene para nosotros nos volvemos Uno con Él (y esa pasa a ser nuestra única realidad).
Al reencontrarnos con el eterno Uno, ya no tememos a esa parodia llamada "muerte", pues nosotros somos tan eternos como el Amor que nos sustenta. Querida A.Z., si no te has reencontrado con el Amor, no albergues esperanzas en la muerte: porque la muerte y la mal llamada "Vida" que llevamos en el miedo no son sino dos caras de una misma pesadilla.
- Para poder descubrir el propósito de algo, no le preguntes a la creación: pregúntale al Creador
Esto es básico: en nuestro estado actual, amada A.Z., hemos tomado la neurótica decisión de incomunicarnos con el Amor. Hemos renunciado al propósito fundamental para el cual fuimos creados: amar. Es imperativo que retomemos nuestra comunicación con el Creador.En cada instante presente de nuestra Vida elegimos incomunicarnos a través el miedo o comunicarnos por medio del Amor; no hay puntos intermedios: Amor incondicional o ¡bang! Llamamos "neurosis" a ese estado de incomunicación preñado de miedo; llamamos "oración" al estado de plena comunicación con el Amor.
Ya sabemos de qué van las neurosis: vivimos el 95% del tiempo sumergidos en ellas (es un decir)… ¡y nos hacen profundamente infelices con juguetes que nos prometen una felicidad que nunca llega! Así que mejor hablemos de la oración.
La oración es un estado de fluida comunicación con Dios; es una experiencia de profunda Paz y Amor en el que miedos y neurosis han sido extinguidos. Querida A.Z.: cuando el estado de oración se vuelve permanente en nosotros, vivenciamos lo que ciertos místicos han denominado "Iluminación". Mientras esto no sucede, habitamos una zona grisácea donde –espiritualmente hablando- a veces llueve y a veces sale el Sol; a veces amamos y a veces odiamos; a veces tenemos ganas de vivir… ¡y a veces deseamos que la quimera llamada muerte nos machaque con todo el peso de su irrealidad!
La experiencia personal me indica que la oración no tiene una forma o metodología específica: no puede tenerla porque las expresiones de Amor son tan infinitas como el Uno que las genera. En tal sentido, cada ser vivo, cada habitante del Universo, cada corporación religiosa tiene legítimo derecho a desarrollar su particular método de orar –y todos funcionan, siempre que sirvan de espejos para reflejar el Amor infinito.
Es una creencia del ego pensar que determinada persona, gurú u organismo detenta "la forma verdadera" de oración, el método "único" de meditación, la forma "superior" de canalizar el Amor del Uno. ¡Atención, trabajador (a) de la Luz! Esa forma de orgullo "espiritual", esa neurosis de separar, ya sabemos de dónde proviene…
Si eres de las personas que se siente bien con las plegarias litúrgicas, ¡perfecto!: si rezar un Padre Nuestro, postrarte hacia La Meca en la hora crepuscular, repetir un mantra budista o recitar una invocación que aprendiste de mamá te llena de calma y afecto, ¡adelante! Asimismo, te informo que cualquier actividad cotidiana –recoger la basura, leer, cortarle el pelo a un cliente, pergeñar una obra maestra de la pintura- puede ser convertida en oración.
¿Cómo fomentar en ti, querida A.Z., el estado de oración? Existe un portal en cada ser vivo que le permite comunicarse de forma expedita con su Creador (a): los dones que el mismísimo Padre-Madre de Todo lo creado colocó en cada uno de nosotros; bajo el gobierno del Amor, los dones se constituyen en umbrales perfectos para ingresar al estado de oración; bajo el gobierno del miedo, se convierten en neurosis.
Te pongo un ejemplo personal: escribo profesionalmente desde hace más de dos décadas; en mi oficio, he hecho de todo: diarismo, crítica literaria, reporterismo televisivo, periodismo ecológico, artículos de opinión que firmaban políticos cuya ideología yo no compartía, panfletos subversivos para fomentar huelgas en instituciones públicas, piezas publicitarias para promover productos nocivos para la salud, etc.; aunque en (raras) ocasiones ponía mi don de escritura al servicio del Amor, la verdad es que la mayor parte del tiempo me la pasaba incomunicando. Lee cualquier diario, revisa la programación de la mayoría de los canales de T.V., contempla de qué va el grueso de los spots publicitarios: es muy fácil saber para qué gobierno espiritual trabajan.
En 2008, decidí hacer algo al respecto: puse mi don de escritura bajo el gobierno soberano del Amor; esto me ha reportado una Paz inédita; ahora, en pleno instante presente, cada vez que me siento a escribir en mi laptop, entro de inmediato en estado de oración.
Sé que otras áreas de mi Vida aún no están bajo ese gobierno: todavía persisten neurosis y facetas adictivas en mí; pero una vez que la oración se convierte en hábito, empieza a impregnar las demás zonas de tu existencia; te lo advierto, es un proceso gradual: así que –amada A.Z.- ten paciencia.
¿Cuál es tu don? ¿Cuál es tu talento o aptitud más preciada? ¿Cocinar, cantar, hacer deporte, realizar labores de gerencia o planificación estratégica, sacar cuentas, diseñar páginas web, hacer el Amor con Amor, cuidar bebés, sanar al prójimo, observar el cielo, escribir, hacer tareas domésticas, enseñar literatura a jóvenes? No importa cuál sea: convierte tu don en oración cotidiana. Sería ideal que cada uno de nosotros hiciera de su don y su trabajo un constante fluir en el Amor. De hecho, la idea no es nada nueva: la palabra "laboratorio" –que proviene de los monasterios medievales- significa "sitio para trabajar (del latín laborare) y orar (oratorium)". Con toda la Humanidad "labor-orando", tendríamos un planeta muy distinto…
Y en la práctica, ¿cuál es el propósito de este perseverante estado de comunión con la Deidad? Aquí es donde entra la frase del Dr. Munroe: Para poder descubrir el propósito de algo, no le preguntes a la creación: pregúntale al Creador. ¿Y cómo le preguntas al Padre-Madre si lo que estás haciendo en este instante sigue el propósito del Amor o del miedo? Sólo hay una forma: comunicándote con Él/Ella –vale decir, desarrollando tu particular estilo de oración.
En "Un Curso de Milagros" se nos invita a convertir el pensamiento en permanente actividad de oración; a tal efecto, cuando emprendamos cualquier tarea, cuando abordemos cualquier situación, ese texto nos invita a preguntarnos: "¿Cuál es el propósito?" –¿un propósito de Amor o de miedo? Con ese constante entrenamiento espiritual, pronto sabrás a qué gobierno responde cada circunstancia, actividad y actitud de tu Vida… ¡poco a poco, se te hará más fácil escuchar la Voz de la Deidad y seguir Su sacro propósito! –la otra voz, afable lector o lectora, ya llevamos demasiado tiempo sintonizándola, oyéndola.
- Encontramos nuestro propósito solamente en la mente de nuestro Creador
Cuando nuestra comunicación con Dios se torna fiel hábito, nuestra mente se modela a imagen y semejanza de la Mente Universal. Su propósito –el Amor- deviene nuestro único propósito; Sus pensamientos pasan a ser nuestros pensamientos; Su identidad pasa a ser la nuestra –sin escisiones, muros, fronteras.
Cesan las discordancias, las desarmonías, las subdivisiones, las ilusorias jerarquías, los erráticos cambios de humor, los prejuicios, las neurosis, las falsas "personalidades", las adicciones; disipado el ego, emergemos intactos del sistema de pensamiento del miedo –cualquier daño sufrido en una pesadilla es, por definición, ilusorio; de hecho, en este punto del camino, ya no tenemos que tomar más decisiones: escuchamos cómo la Voz del Amor nos instruye clara y nítidamente en cada situación… y si por algún mínimo lapsus nos volviésemos sordos, bastará poner cada dificultad en oración… ¡y esperar que el Amor responda!
- El propósito de Dios es la clave para nuestra plenitud.
Hechos Uno con el Amor, ¿necesitaremos algo más?; cumplido en nuestro templo interno el sagrado propósito de Él/Ella, ¿nos afanaremos por vanos tesoros externos? ¿Es posible experimentar mayor plenitud que ser Uno con el Todo?Más allá no podemos buscar; cierto, no es necesario ir más lejos: la Realidad siempre está a una pequeña irrealidad de distancia.
Amada A.Z.: espero que estas palabras te provean alegría en los días oscuros; que aticen tu alegría cuando se ciernan nubes de tristeza; que te consuelen cuando el desasosiego parezca medrar en tu Alma.
Que el Uno colme de bendiciones cada instante presente de tu Vida,
Amén.
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