Desde que en la década de los noventa, el profesor Daniel Goleman popularizara la inteligencia emocional como principio y base de una nueva tendencia en el mundo de la Psicología, mucho y de variadas formas se ha escrito, sobre la irrupción de la emoción en un mundo dominado por la razón, en su vertiente más fría y calculada.
Sin embargo, han proliferado, al abrigo del concepto promulgado por Goleman, multitud de corrientes que lo han utilizado mal y lo han desvirtuado, para obedecer a no se sabe muy bien que tipo de intereses. La habitual desinformación, que preside en muchos ámbitos, las tendencias, creencias e incluso los hábitos de la sociedad en general, ha permitido que el mensaje de Goleman no siempre sea bien entendido y, en consecuencia, bien aplicado.
De este modo, la habitual tendencia de los seres humanos a combatir una situación obsoleta o negativa por otra, diametralmente opuesta, ha llevado a la proliferación de personajes y colectivos que postulan el imperio de las emociones, desterrando totalmente el plano racional.
No es ése el mensaje de Goleman y su inteligencia emocional. De hecho, el profesor estadounidense habla del equilibrio armónico entre la parcela emocional y la inteligencia como fuente de bienestar y progreso del individuo, en todos los ámbitos de su existencia. Esto no comporta un mayor protagonismo de las emociones sobre la razón, sino la constatación del papel que éstas juegan en la consecución de las metas existenciales del hombre y que, debido a un racionalismo excesivo, había sido infravalorado.
Dicho de otro modo, tan negativa es la emoción desaforada sin el freno de la razón, como la razón sin el impulso de la emoción. De la consecución de un concurso equilibrado y concordante entre una y otra depende un desarrollo óptimo, tanto en el plano personal como incluso y he aquí la aportación de Goleman al mundo moderno- en el profesional.
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