Confieso que también cometí el mismo error.
Si gustan, acérquense; tomen una silla; dejen que les cuente?
La Parábola del árbol de mostaza
De seguro, buena parte de ustedes habrá leído o escuchado esta parábola de Jesús: ?el Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza que sembramos en el campo; siendo la más pequeña de las semillas, al crecer se transforma en la más grande de las hortalizas y llega a hacerse árbol, de suerte que las aves vienen a anidar en sus ramas?.
Inspirado por las palabras del Nazareno, busqué ?primero en mi Enciclopaedia Barsa, luego en Internet- imágenes del célebre árbol de mostaza.
Busqué y busqué? ¡pero no las hallé! Y no fue por falta de fe o de investigación? lo que ocurre es que ese supuesto ?árbol?? ¡no existe!
En mi soñadora ignorancia, yo imaginaba al árbol de mostaza tan encumbrado como una secuoya ?esos gigantes milenarios que alcanzan hasta los 100 metros de altura en los bosques de California (EE.UU.).
Me equivoqué. En realidad, la mostaza es una hortaliza (tal como ya me lo decía el texto bíblico)? y el ejemplar más alto llega a los 35 centímetros.
En todo caso, árbol u hortaliza, estas ociosas consideraciones botánicas no invalidan el profundo significado espiritual de la parábola de Jesús.
La semilla de mostaza es tan pequeña? ¡que resulta difícil de ver! Mide apenas una décima de milímetro de largo: ¡es casi intangible! Algunas personas usan un dije en forma de globo de cristal cuyo interior guarda una de estas mínimas simientes. Simbolizan así su fe en el Creador... su confianza en que el poder absoluto (invisible) del Uno prevalece sobre las circunstancias (visibles) del mundo físico.
En otro segmento de los evangelios, Jesús reitera ?de modo tajante- que la perceptible realidad material se subordina al imperceptible orden del Espíritu. Una vez más, usa el símbolo de la semilla de mostaza: ?Entonces los apóstoles le dijeron a Jesús: ¡Aumenta nuestra fe! Respondió Jesús: Si ustedes tuvieran una fe tan pequeña como un grano de mostaza, podrían decirle a esta montaña: 'muévete y échate en el mar', y les obedecería?.
La ciudad de Dijón, un ejemplo de fe
Felizmente, esta enseñanza del sabio ebanista hebreo no ha caído en saco roto.
¡Sí! Existe una pequeña ciudad francesa que ha puesto en práctica durante siglos ?y de manera literal- este sabio precepto de fe expuesto por el Maestro Jesús: la urbe de Dijon. Con poco más de 200 mil almas, Dijon está ubicada en la región de Borgoña, afamada por sus vinos. No obstante, el producto que la identifica es su mostaza, presente en gran parte de los supermercados del planeta.
En las recetas de alta gastronomía, es común leer que los chefs recomiendan la mostaza de Dijon. Y es que el preparado dijonés prevalece sobre sus competidores por su sabor y calidad únicos.
Alrededor de esta hortaliza, la pequeña Dijon (una de las ciudades con mejor calidad de Vida en el mundo) ha construido un enorme emporio. Materializó en la Tierra un peculiar Reino de los Cielos, poniendo su fe en un producto aparentemente insignificante.
Algunos países poseen grandes riquezas minerales: oro, petróleo, hierro, plata, bauxita, uranio. No obstante, buena parte de sus pobladores viven en atroz estado de pobreza. ¡Tal vez a todos nos haga falta tener esa fe del tamaño de una semilla de mostaza que exhiben los dijoneses!
El ejemplo de Alexandre Gustave Eiffel
De hecho, uno de los más connotados hijos de esa ciudad tuvo una fe que movió literalmente montañas ?tal como sugiere Jesús. El 15 de diciembre de 1832, Alexandre Gustave Eiffel nació en Dijon.
En 1855, se graduó de químico; con los años devino en constructor. En 1867, fundó Eiffel et Cie., consorcio que adquirió gran prestigio internacional en el uso del hierro; erigió cientos de importantes estructuras (puentes, estaciones de trenes, grúas, torres, túneles) a lo largo y ancho de Europa.
Su obra más famosa es, por supuesto, la Torre Eiffel, inaugurada en 1889 en París. También diseñó la estructura interna de la Estatua de la Libertad, que alza su flamante pebetero en la ciudad de Nueva York (EE.UU.).
De tal modo, la fe de Eiffel ?grande como la semilla de la parábola bíblica; fértil como su natal campiña dijonesa- le permitió ?mover? sus famosas montañas de acero y concreto hacia las ciudades más renombradas del orbe.
Nosotros no somos diferentes de Eiffel y sus paisanos: en nuestro corazón también anida una intangible simiente divina que espera ser plantada y regada con nuestra fe para que crezca y nos provea con sus más felices frutos.
¿La cultivaremos o dejaremos pasar la Vida sin hacer uso de su ilimitada potencialidad? ¿Te animas, lector (a), a erigir y mover tus propias montañas?
Rezo para que este humilde texto mío sea como una semilla de mostaza que haga fructificar en ti todo el Amor y Poder del Padre-Madre? ¡que es Uno e infinito!
4 Comentarios en "El poder de la fé y la oración, ¿te ayudan a cambiar tu vida?"
esta palabras edificm mi vida
Lo necesitaba. Llegó a donde tenía que llegar.
gracias,
yo 3ano que mentre al pardre al hijo yal espiritusanto
He sembrado la semilla de mostaza