"Ella" tiene 26 años, ojos claros que iluminan su paso y cabello rubio que parece haber capturado todos los rayos del sol. Juventud y belleza, más inteligencia: la combinación ideal.
Pero, como miles de personas, es víctima de un dictador implacable: su propio peso.
"Ella" relata con un nudo en la garganta los tormentos que vivió -y que vive- en brazos de ese terrible dictador y está dispuesta a contar su experiencia para ayudarse y ayudar. Nos reservaremos su nombre, al fin y al cabo, su historia no difiere de la de muchos.
Anorexia y bulimia son el gran flagelo de un número importante de la población que ya no se circunscribe a los jóvenes sino que afecta a pequeños y a adultos. Todo por la belleza, hasta rozar la mano de la muerte y sentir que sus caricias son el mejor remedio.
"Ella" sintió muchas veces ese roce y cada mañana -consciente de lo que significan- inicia el desafío de alejarse de ellas. Sabe que su voluntad para salir del problema es vital aunque sola no puede. Ahora está decidida a escapar y a colaborar para que otros escapen. Para ello comenzó a formar un grupo de autoayuda.
"Dependes del peso y de la panza"
Cuesta comprender. Para aquellos que no lo sufren o no tienen una víctima cercana de este dictador, bulimia y anorexia son enfermedades lejanas que salen en las revistas pero que no pueden afectar a una persona "inteligente". No es así. Bulimia y Anorexia son los nombres de las sicarias perfectas del dictador y el relato de "Ella" -que una vez más pide conservar el anonimato- ayuda a reconocerlas porque que las conoce a ambas.
"Comencé a los 7 años... A esa edad ya no podía tragar nada sólido, vivía a líquido; ni siquiera el helado de granizado podía tomar, escupía los trocitos de chocolate. A los 9 ya hacía dietas y en eso tuvo mucho que ver las cargadas... yo era la gordita. A los 15 hice una dieta muy rigurosa y se desencadenó todo", señala "Ella" aún dudando si su relato servirá a otros.
A los 18 años el cuadro era desesperante. El tirano ya había tomado el poder. "Llegué a pesar 38 kilos, no podía caminar, perdí el pelo y, en pocos meses, aumenté hasta llegar a pesar 100 kilos".
Mientras dejaba de lado la etapa adolescente pasó por seis instituciones rosarinas y llegó a tomar 14 antidepresivos por día. Dos elementos malditos se convirtieron en su obsesión: la balanza cuya aguja subía y subía y, aunque no subiera, "Ella" la veía ascender sin compasión y los espejos que le devolvían una imagen distorsionada. Es un ritual. Pararse en soledad frente a cualquiera de ellos y sentirse gorda, fea e inmunda. Entonces, todo se nubla y lo que para otros es una estupidez, para "Ella" y las otras víctimas es el eje central de su vida. "Llegué a pesarme cinco veces por día", relata. La sensación de paria y de estar fuera del mundo, fuera del "target" como dicen en el lenguaje de la moda. Fuera de los lineamientos de una sociedad cruel que tienta con exquisiteces y obliga a sacrificios inhumanos para no ser discriminada. En forma directa o subliminal, todos capturamos ese mensaje y convivimos con el dictador.
Ocho cuadras, ocho chocolates
"Ella" partió a la ciudad de Rosario, en Argentina, en busca de un título universitario. Sabía que en la soledad de un departamento y en la vorágine de la ciudad, el dictador no la perdonaría. "No podía vivir sola. Estaba deprimida, mal, lloraba todo el día... comía y tomaba laxantes. El departamento estaba a 8 cuadras de la facultad, pasaba por 8 quioscos a la ida y a la vuelta. En el camino, comía 16 chocolatines y la consigna era llegar sin culpa ni cargo tanto a la facultad como a mi casa".
El abuso de los laxantes -porque no puede provocarse el vómito como hacen otras bulímicas- le implicó úlcera y gastritis. El regreso a su hogar en un tranquilo pueblo fue inevitable. El apoyo de sus familiares, amigas íntimas y su novio son el arma más potente para luchar contra el tirano.
El factor psicológico
Obviamente, detrás de todas estas historias late un factor psicológico. Oculto, es otro aliado fiel del dictador. Descubrirlo, enfrentarlo y aprender a convivir con él soluciona gran parte del problema. En el caso de "Ella", ese factor está relacionado con los afectos familiares.
"Quien no lo sufre no tiene conciencia de las dimensiones de estas enfermedades. La gente cree que son caprichos pero si te atrapan es muy difícil salir. Me había acostumbrado a vivir con la enfermedad, éramos amigas y enemigas al mismo tiempo, siempre es un tira y afloje.
Siempre esperaba la receta mágica, el doctor mágico y no es así; todo depende de uno, si uno no quiere, no salís".
La crueldad con uno mismo
Infierno y gloria en un segundo. Ascenso y caída en un parpadeo. La crueldad que las víctimas del tirano someten a ese cuerpo por el que llegarían a morir con tal de un minuto de perfección es enorme. "Llegué a comer un huevo duro y una naranja en todo el día. Después grandes atracones y los laxantes", recuerda. Son horas de locura, de contar calorías, de medir gramos, de sacrificio para rendirse ante el alimento más simple, devorar grandes cantidades, sentir el éxtasis del "atracón" y después el de la expulsión.
Felicidad y culpa. Tanto que esa culpa arrastra al suicidio y "Ella" vivió dos veces esa situación.
En esa frenética carrera por ser una "barbie", el cuerpo soporta extenuantes horas de ejercicios físicos. "Hacía cinco horas de gimnasia por día. Y, para ello, me ponía can can, calza, y medias; me había hecho una remera con una bolsa de consorcio, después usaba una remera de interlock y arriba otro remerón....estuve dos veces internada con oxígeno por esa locura", cuenta "Ella" con una leve mueca de culpa.
Cada minuto, un desafío
Con el dictador hay que convivir y para ello las máscaras son ideales. Todo pasa por el interior pero el exterior está intacto; para los demás "estoy de 10, pero por dentro estoy quebrada y no lo puedo demostrar".
Identificado el enemigo y con el deseo de derrotarlo, "Ella" sabe que cada segundo, minuto, día es un desafío constante. "Estoy convencida que con este grupo que quiero formar me ayudarán y puedo ayudar a otros".
Los días de "Ella", ahora, son distintos. Aún, en el ritual del espejo y las vidrieras, al notar un poco de "panza" -la misma que para los pintores del Renacimiento era signo de belleza y que Botero hace estallar en cada obra- se deprime, pero sabe que no puede volver a obsesionarse. Eso no le sirve.
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