Determinados productos vuelven a casa por Navidad, aunque sean alimentos que se consuman con normalidad durante el resto del año, como es el caso de la uva.
Lo cierto es que la uva es una fruta emblemática de fin de año, porque además simboliza el fin de lo antiguo y el comienzo de lo nuevo. Por ello, no hay hogar que se precie en el que falte este producto cuando llegan las doce campanadas de fin de año.
Esta época del año es especialmente propicia para el consumo de la uva en sus múltiples variedades, ya sea en forma de postre solitario, como parte de determinados platos dulces (jaleas, mermeladas) o salados, combinadas con carnes, pollos y quesos, las uvas inundan el mercado en diciembre, como parte de una tradición gastronómica ancestral. De hecho, existen más de cien variedades, de las que sólo unas 40 se emplean para elaborar vino y otras 20 para su consumo directo.
Además de sus contrastados beneficios para la salud, la uva es muy codiciada en la industria gracias a su versatilidad, pues de su semilla se elaboran cremas, lociones y otros productos cosméticos. Y, todo ello, sin mencionar las cualidades del producto de los dioses derivado de la uva, como es el vino, ese preciado licor tan conocido que ya se cultivaba en época de los faraones egipcios.
En el ámbito nutricional, la uva posee un alto contenido de azúcar, glucosa, fructosa, potasio y manganeso. Además, contiene calcio, hierro, magnesio, ácido fólico, fibra y vitaminas A, C, B1 y B6. Además es antioxidante por su elevado contenido en resveratrol, componente que dicho sea de paso se usa en suplementos nutricionales paralelos. También posee antocianos, flavonoides y taninos.
Entre sus propiedades beneficiosas para el organismo, favorece el drenaje orgánico, tiene propiedades diuréticas y ayuda en la lucha contra la anemia, la desmineralización, el embarazo, la artritis, el estreñimiento, los trastornos digestivos y los problemas renales. Ahí, es nada.
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